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DEVANEOS

EL PUENTE BLANCO DE CRISTAL

EL PUENTE BLANCO DE CRISTAL

EL PUENTE BLANCO DE CRISTAL

 

 

                                                                        I

 

MI VIDA

Me duele mi espalda. Estoy cansada. Ahora casi siempre estoy cansada, pero espero que el médico, con el que tengo cita mañana, pueda arreglar mi mal. Yo sé que todo es cansancio, demasiadas horas sentada delante de un ordenador, programar es un trabajo muy  “postural”, horas enteras quietecita delante de la pantalla, con la espalda al bies.

 

Que rapidez¡¡

Siento miedo, me tiembla mi cuerpo, entero. Ayer, jueves, estuve en la consulta del médico, y hoy, viernes, me llaman para que el lunes, sin falta, me haga una resonancia. Siento miedo, me invade algo extraño. Mi familia se ha puesto en movimiento. Todos callados, pensativos, tal vez.

 

Una camilla y mi cuerpo en ella, los sanitarios impávidos, pero extremadamente amables, me sonríen, uno de ellos me conoce, es una antigua compañera. En ella veo reflejada cierto rigor, no hay amabilidad en su voz, hay expectativa, interrogación. Me dice “tranquila estás en buenas manos, se te harán todas las pruebas que necesites”. Tranquilidad? Para qué? Para que el cansancio que llevo arrastrando meses,  se cure?.

 

Hace escasamente diez días estaba sentada en mi despacho, delante de todos esos papeles que salían de la impresora, acompañada por ordenadores y compañeros que entraban y salían; vestidos de colores, bien vestidos unos, sin gusto otros, pero de mil colores y mil formas.

 

Mi escenario ha variado, ahora estoy en una cama con sábanas blancas, impolutas, solo un suave azulado rompe ese color, impresa en él unas grandes letras HOSPITAL.

Ahora Estoy rodeada de paredes blancas, paredes cerradas, totalmente cerradas, inaccesibles, el gotero que pende sobre mi, así me lo hacen sentir. Eso si, ahora tengo nuevos compañeros que entran y salen, compañeros vestidos de blanco, blanco impoluto, como las sábanas, uniformados como colegiales, llenos de amabilidad y buenas palabras. Mis nuevos compañeros se saben mi nombre, y lo pronuncian como si me conocieran desde hace mucho tiempo.

 

Una embolización.  Una nueva palabra ha entrado a formar parte de mi vocabulario. El vocabulario técnico de los ordenadores lo estoy sustituyendo por el vocabulario del hospital. “Dígame, Dr. x, ¿embolizar?”. Escucho su explicación y me atrevo a preguntar “si me embolizan esta aneurisma, no tendrán que abrir mi cabecita?”. El médico se ríe, creo que a pesar de su risa, me responde con ciertas reservas: “su cabecita- dice-  es ahora frágil como el cristal”.

 

                                      

  

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